Un tipo reivindicable: Robert Rodríguez

Robert Rodríguez es un director que apenas necesita presentación. Siempre haciendo pelis a caballo entre México y Texas, debutó en los años ’90 con El Mariachi, una trilogía completada años más tarde con Desperado y El Mexicano. Abierto hasta el Amanecer, Planet Terror, Machete o su obra cumbre, Sin City, son títulos lo suficientemente significativos para conocer el cine de este director. Pero este no es un artículo para diseccionar la filmografía del señor Rodríguez. No me interesa, como tampoco me interesa su faceta como director de películas infantiles, porque siempre ha declarado que esas películas las hace para sus hijos y ellos están encantados con sus Spy-Kids y demás zarandajas.

Robert Rodríguez es un director muy maltratado por la crítica. Siempre se le ha puesto a parir. La eterna comparación con su gran amigo Quentin Tarantino,  ha sido terrible para Rodríguez, casi nunca se ha ganado un aplauso unánime de la crítica, con Sin City fue donde más cerca estuvo de conseguirlo. Pero esa absurda comparación, siempre le ha lastrado. Rodríguez no es Tarantino ni Tarantino es Rodríguez. Quentin siempre ha intentado trascender con su cine, ha pretendido que sus pelis sean mejores que las anteriores (no lo suele conseguir) y siempre ha intentado que sus películas sean de culto y perduren por los siglos de los siglos. Incluso, como el mismo llegó a afirmar, siempre quiso superar a Godard  y aún no sabe si lo ha logrado. El texano, nunca ha pretendido trascender, ha querido siempre entretener.

Incluso entre el público general, genera diferencias. Cierto es que tiene su público, sus adeptos, pero muchos tildan de frívolas sus películas, llenas de personajes planos y de violencia gratuita. Y caen en el mismo error que la crítica: compararlo con Tarantino, batalla que siempre tendrá perdida de antemano. Aunque la mayoría  no cayó en la trampa de la crítica en el tema de Grindhouse, el proyecto que hicieron juntos en el homenaje a la serie Z. Tarantino salió victorioso en ese duelo para los críticos, al hacer una película más original (que adapta en parte el film de Russ Meyer Faster Pussycat Kill! Kill!) con mejores diálogos y mayor contenido que el ejercicio superficial de Rodríguez. Lo cierto es que en esta ocasión- y para zanjar la inevitable «confrontación»- el director de origen mexicano le da sopas con hondas al de Tennessee. Planet Terror es más fresca, mucho más sanguinolenta, mucho más entretenida y mucho más descacharrante y absurda. Pero sobre todas las cosas, Planet Terror consigue captar el homenaje al cine de bajo presupuesto, al cine gore, en definitiva, al cine puro, sin pretensiones, las ganas de hacer una peli con cuatro chavos y que divierta a todo el mundo.

¿Y qué es el cine de Rodríguez? Pues una gamberrada detrás de otra. Siempre políticamente incorrecto. Sin apenas tocar temas trascendentales. Con argumentos banales y simplones. Pero que son una gozada de principio a fin. Aquí el argumento es lo de menos, cuando uno se sienta a ver una peli suya, lo primero que tiene que hacer es quitarse los prejuicios de encima y dejarse llevar por un festival de locura. La casquería es su razón de ser, sangre a montones, cerebros esparcidos, violencia gratuita exagerada hasta el infinito. Y porque esa violencia y esa sangre es cutre de cojones, más falsa no puede ser. Por las risas. Un sentido del humor ácido y descacharrante. Un tono machista, con un macho alfa pegando tiros a diestro y siniestro y haciendo el amor con las mejores de las damiselas. Dicho de otro modo: zumbando con unas cachondas de infarto. Porque la cantidad de tías buenas que salen en las pelis de Rodríguez, es cada vez más alta.

Y la acción, claro. Porque más allá de la comedia, la violencia, los tipos duros y las tías buenas, este hombre siempre hace pelis de acción. Pero se ríe de ellas. Las exageraciones son brutales: fantasmadas impresionantes que cantan en una peli de Van Damme, pero que en una peli de Rodríguez se convierten en risas infinitas. Y te la gozas, claro. ¿No me digan que no es desternillante ver a un músico disparando misiles con la funda de una guitarra, a una tía medio desnuda con una ametralladora como pierna o a un tipo tirando de los intestinos a otro hasta que cae por una ventana? Es imposible no partirse el culo cuando ves esas escenas, a no ser que seas un mojigato de estómago sensible. Sobre todo teniendo en cuenta que están hechas adrede. Incluso ha dado un paso más allá: se autoparodia y se ríe de sí mismo. Las escenas cada vez son más absurdas, los fallos de raccord, más que evidentes. A él no le importa, no veo por qué al espectador le debe importar.

Por todo ello reivindico el nombre de Robert Rodríguez. No pasará a los anales de la historia del cine como uno de los mejores directores. No ha innovado ni en técnica ni en argumento. No ha calado ni a la crítica, ni al público. No tiene un gran reconocimiento como autor. Nunca le van a dar un Oscar. Pero haciendo cine gamberro con mala leche, incorrecto, soez, homenajeando a las pelis de bajo presupuesto, como festival de sangre, con un humor ácido y riéndose del cine de acción y de sí mismo, haciendo todo ese cóctel, es el mejor de todos. Con diferencia. Y es difícil superarle.